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  Tayikistán.


  Aterrizamos en Dusambe a las cinco de la madrugada y sin tiempo que perder, desembalamos las bicicletas y nos echamos a la carretera. Pero ya no tenemos 18 años y la gaupasa y las altas temperaturas terminan por pasarnos factura. A los setenta kilómetros nos damos por vencidos y en el primer hotel que avistamos a pie de carretera, nos detenemos.



        Un par de jornadas con un asfalto relativamente aceptable, dan el relevo a una pista en la que se alternan tramos de tierra, piedra o asfalto roto que nos acompañará hasta Khorog.






    Antes de Kalaikum, debemos superar el primer gran puerto de la ruta, y una larga jornada de ascenso nos obsequia con un espectacular paisaje en la vertiente opuesta.





    A partir de Kalaikum acompañamos al río Panj, que hace de frontera natural con el vecino Afganistán. Y desde el sillín de nuestras bicicletas podemos contemplar los sucesivos pueblos que aparecen detrás de cada recodo del río y sus gentes.












    El río Panj no siempre ofrece una orografía sencilla para abrir camino a través de su margen izquierda. Atónitos comprobamos las precarias condiciones en las que trabajan en el lado afgano.








    A partir de Khorog abandonamos el Panj y descartamos la visita al Wakhan valley. Tomamos la M41, una alternativa más corta y "cómoda" que nos adentre en los Pamires.






    En la pequeña aldea de Nimos pedimos permiso para montar la tienda. Pero Helbat insiste que durmamos dentro de la casa. Disponen de un hogar sencillo, pero suficientemente grande para tres personas. Nuestros anfitriones no tienen hijos y a pesar que tan sólo nos llevan unos pocos años, nos cuidan como tales. Tras un copioso desayuno, enormemente agradecidos nos despedimos de esta entrañable familia.







    Uno de los grandes problemas que se encuentra el viajero en su visita a Tayikistan, son los trastornos intestinales derivados del consumo de agua no siempre en las mejores condiciones. Y es que, a pesar de encontrar agua aparentemente saludable, ésta esconde microorganismos que se suelen hacer fuertes en los asépticos estómagos de los visitantes.


    A medida que ganamos altura, las poblaciones van desapareciendo y por encima de los cuatro mil metros es difícil encontrar un sitio resguardado donde para a descansar o reponer fuerzas. Por suerte, siempre hay alguna casa aislada dispuesta a ofrecer al ciclista un té, que siempre acaba acompañado de fruta, kéfir, mantequilla...





    En la pequeña localidad de Alichur, y a pesar de encontrarnos en territorio oficialmente tayiko empezamos a ver rasgos y vestimentas kirguises.




    Antes de partir Koldo y Ainhoa nos facilitaron valiosa información que habían recogido a su paso por los mismos lugares un par de mese antes. Pero también nos pidieron el favor de entregar fotografías a familias con las que habían hecho amistad. Unas semanas más tarde, ejercimos de correo a pedales y fuimos repartiendo recuerdos plasmados en papel y recibiendo a su vez espontáneos gestos de agradecimiento.









   Murghab, la ciudad más importante de los Pamires alberga un curioso mercado. En éste las mercancías se ofrecen en fríos contenedores.



    En Murghab nos tomamos un día de descanso y la mañana que nos despedimos de ésta, comprobamos como las primeras nieves de la temporada han tapizado de blanco las montañas de los alrededores.







    Leemos que por la zona no resulta difícil avistar la oveja de Marco Polo, pero nos conformamos con encontrar una considerable cornamenta de carnero.



    Son numerosos los ciclistas que visitan los Pamires cada verano. Con los alemanes Isabel y David (derecha), coincidimos varias jornadas.


    Antes de afrontar el paso de Ak-Baital (el más alto de la ruta) unas amenazadoras nubes nos obligan a buscar un lugar resguardado donde colocar la tienda. Por suerte, la familia que se encarga del mantenimiento del puerto nos invita a dormir dentro de su casa. A la mañana siguiente agradecemos aún más semejante invitación cuando salimos al gélido exterior.



    Unos diminutos copos de nieve nos acompañan el último tramo de ascensión, pero por arte de magia, según coronamos el col, las nubes se abren, el viento se calma y disfrutamos de un impresionante paisaje.





    Las tormentas de nieve son sólo un aviso de que el verano está llegando a su fin, y en Karakul, la méteo se pone más seria advirtiéndonos que debemos darnos prisa si no queremos que nos atrape la inminente llegada del invierno.






    Pero antes de descender a zonas más templadas debemos de superar un par de pasos de más de cuatro mil metros, que hacen frontera con el país vecino y al cual nos dirigimos.




    Cualquier aficionado a la meteorología encontraría en estas tierras su particular paraíso, pues los cambios de tiempo se suceden con una rapidez sorprendente. Y a pesar de habernos respetado la lluvia durante toda la estancia en Tayikistán, el último día en el país nos muestra su peor cara.



    Un grupo de cicloviajeros que nos encontramos de frente nos advierte, que mal estado de la pista que se han encontrado en la vertiente kirguís les ha obligado a echar pie a tierra y empujar la bici. Por suerte, para nosotros es terreno descendente y a pesar del barro podemos ciclar y tras una larga jornada, de noche llegamos Sary Tash, la primera población de Kirguistán.



Kirguistán.


    Tras una noche en la que no deja de llover, el primer día en el país amanece azul y soleado. Después de la maratoniana jornada anterior, pensábamos regalarnos una jornada de descanso. Pero seguimos en altura, por lo que decidimos continuar la ruta y descender a zonas donde disfrutar de un clima más templado.



    Después de semanas sin ver apenas vegetación, agradecemos el cambio de paisaje. Además, el otoño nos regala una amplia gama de colores.






    En Kirguistán continuamos con nuestro cometido de entregar fotografías por lugares donde pasaron con anterioridad nuestros amigos.




    Camino de Osh, al preguntar por un lugar para colocar la tienda, Bilandin insiste en que durmamos en su casa. Una vez más, somos agasajados con la hospitalidad propia de estas tierras.




    Llegamos a Osh, la segunda ciudad del país. Aprovechamos para descansar y para recuperar fuerzas con las que afrontar lo que nos tenemos por delante. Y aunque la ciudad no ofrece grandes atractivos, nos damos algún paseo por ella. En uno de éstos, me acerco caminando hasta la estatua de Lenin. Los jardines de los alrededores congregan a varios grupos de gente que andan de celebración. Por estos lares, las bodas son de lo más ostentosas. Los novios llegan en flamantes limusinas y según descienden de éstas son perseguidos por fotógrafos que cuentan con la última tecnología. Incluso por el parque, sobrevuelan varios drones encargados de tomar las más inéditas imágenes.









    Un par de jornadas de descanso y continuamos ruta en dirección a los lagos del noreste del país. Pero antes debemos de sortear varios obstáculos en forma de interminables puertos de montaña.




    Kirguistán tradicionalmente siempre ha sido un país de nómadas encargados de conducir a sus rebaños en busca de verdes pastos. Ovejas, cabras, vacas y por supuesto, el animal que constituye todo un símbolo en el país, el caballo.













    Camino al lago Song Kol, nos cruzamos con numerosos rebaños que descienden hacia tierras más templadas. La trashumancia se sigue realizando al ritmo pausado que imponen los animales, pero la eventual infraestructura se transporta en viejos camiones.





    El último puerto antes del lago Song Kul, el Moldo Ashuu pass, nos obsequia uno de los paisajes más impresionantes de la ruta. Si las últimas jornadas habíamos pedaleado por un terreno sin otra vegetación que amarillentos campos de pastos, ahora, la carretera serpentea rodeada de bosques de abetos y abedules.



    Y a pesar de que casi todos los campamentos han sido desmantelados, todavía quedan algunos nómadas en los alrededores del lago.



    El área del lago Song Kul tiene fama de inhóspita, pues a las bajas temperaturas, hay que sumarle el fortísimo viento que circula libre de obstáculos por la región. Amparados por la protección que ofrece un abandonado edificio, colocamos la tienda para pasar la noche.
    El viento arrecia durante la noche y amanecemos rodeados de una fina capa de nieve. Empujados por un fuerte viento (por suerte de espaldas) escapamos del lugar en busca de nuevo, de zonas más cálidas.








    Cuando miramos para atrás, vemos que hemos librado por la campana, pues un blanco manto ha cubierto las montañas de donde venimos.



    Llegamos a  Kochkor el día de mercado y aprovechamos la estancia en la ciudad para descansar y reponer las energías gastadas los últimos días.




    Nuestro objetivo inicial era llegar pedaleando hasta Song Kul, pero la llegada del frío nos ha obligado a tomarnos la cosa con menos calma de la que nos hubiera gustado y como resultado tenemos tres días de sobra antes de ir a Bishkek, por lo que decidimos visitar el lago más gran grande del país. La área tiene fama de ser una zona "templada" y hasta el lugar vienen a entrenar deportistas de élite de los países vecinos.




    En la ribera del Issyk Kul damos por concluida la ruta en bicicleta.